Es un hecho que los inversores consideran al oro poco interesante y, la gente común, anticuado. Esta visión negativa viene de los conflictos que generó en el pasado y de la actual desaparición del sistema educativo. A pesar de ello, sigue siendo el patrón de medida del valor de las cosas, en todo lugar y todo momento, algo básico para iniciarse en el conocimiento de la economía.
Y es que, en realidad, sólo existe un buen dinero. Tan cierta es esta afirmación, que se puede certificar el auge y caída de las civilizaciones con sólo estudiar sus monedas acuñadas. Nerón podría estar loco, pero no tonto: pedía a sus recaudadores agitar enérgicamente las bolsas de monedas para luego extraer las limaduras que allí quedaban. 26 emperadores fueron los responsables de que, durante el siglo III, el denario de plata pasara de contener un 95% de ese metal a apenas un 5%. Constantinopla conservó su esplendor 1.000 años más gracias al sólido de oro, mientras Roma colapsaba bajo el envilecimiento de su moneda y la consecuente desaparición de la circulación del oro, lo que fue la antesala de una profunda depresión que tardó siglos en cicatrizar. Aunque aquellos gobernantes que fueron los responsables de su adulteración siempre negaran su intervención en el engaño...
La función del oro como depósito de valor es insuperable y se ha conservado a lo largo del tiempo mejor que con cualquier otro metal: en términos de oro, alimentos como el pan o la cerveza cuestan lo mismo ahora que hace 2.000 años; una vivienda, lo mismo que hace 100; un barril de petróleo, lo mismo que hace 75.
Por sorprendente que nos parezca, muchas cosas siguen valiendo las mismas onzas de oro que antaño, aunque -afortunadamente gracias a la reducción de precios derivada del capitalismo- otros lo han visto reducirse, lo que ha permitido incrementar la calidad de vida. Todo esto, considerando que el valor puede también variar a corto plazo, pero a 50 ó 100 años vista estas fluctuaciones se vuelven irrelevantes.
La inflación sólo puede surgir entonces cuando usamos el valor facial en lugar de su contenido físico de oro puro -a veces podemos usar también la plata-. A partir de ese momento, la compra de un bien requerirá de más unidades monetarias nuevas. De esta forma, la variación de precios no es caprichosa, sino que sigue la misma tendencia que la devaluación de la moneda que sirve de unidad de cuenta. Volviendo al siglo III, si un saco de harina costaba 3 denarios en el año 200, lo lógico sería pensar que en el año 299 costara 19 veces más. Reconozco el arte de echar la culpa al tendero...